Creo que no es nada fàcil construir un àrbol genealògico,se necesita perseverancia,tiempo y disponer de medios econòmicos adecuados.Elena A. deguida prestiti
Entre Chile y el Reino Unido, Patricio Herrera nos cuenta su interesante historia familiar
- Por admin
“…nos abrazamos como primos de toda una vida, compartimos experiencias que dieron profunda consistencia a nuestro vínculo…”
Soy médico chileno, pediatra e infectólogo, entre otras cosas, Profesor Titular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.
Nací en Recreo, Viña del Mar el 07 de Septiembre de 1934, aunque fui inscrito en los registros de Illapel, Coquimbo, junto con la inscripción de mi única hermana, Mariana, un año después.
Crecí en casa de mis abuelos maternos, donde nací, por la separación temprana de mis padres. Mi niñez fue feliz, en una hermosa casa llena de lugares para el solaz de un niño, con una vista amplia del mar y hasta donde se perdía la mirada hacia el norte.
Mi madre debió trabajar desde su separación, por lo que mi abuela materna, mi inolvidable “abuelita Anita”, se convirtió en mi segunda madre y personaje muy importante para lo que vendría después, especialmente la construcción del árbol familiar.
Estoy casado en primeras nupcias con Angélica Pinto, madre de mis hijos María Angélica, Verónica y Beatriz, y en segundas nupcias con Julita Oroz Montiglio, madre de mi hijo Patricio.
Mi abuelita Anita, con nombre de soltera Mary Ann Luke (Paul por parte de madre), había nacido el 09 de Mayo de 1877 en Tocopilla, Chile, justo el día del tsunami que arrasó con el puerto al que recién llegaban sus padres desde Cornwall (Redruth), Inglaterra, debido a la guerra de 1879 que hizo emigrar a su familia hacia el sur, instalándose en San Felipe y luego en Los Andes.
Tuvo dos hermanos, Frederick y Melvyn, menores que ella. Se casó en primeras nupcias con George Eva Tremayne, también procedente de Cornwall, de quien tuvo dos hijos: Henry y Raquel. Posteriormente, luego de quedar viuda (1909) casó con Osvaldo Labarca Fuentes, en la época, promisorio abogado y político algo más joven que ella.
Instalados en Santiago, nacieron sus hijos Lucía Labarca (mi madre) y Jorge Labarca (mi único tío Labarca). Nombrado Ministro de la Corte de Apelaciones de Concepción, primero, y de Valparaíso hacia 1930, se radicó en Recreo, entonces un tranquilo y moderno sector de Viña del Mar.
La información sobre mi familia Labarca fue escasa, pues mi abuelo materno –Osvaldo- y figura paterna, no tenía buenas relaciones con el resto de su familia. Esto se explica, tal vez, por ser él miembro de la generación que, en la sociedad chilena, rompió con las tradiciones campesinas (había nacido él y sus hermanos, en Rengo) para incorporarse a la clase media profesional.
Henry Tremayne (para nosotros “tío Enrique”), fue enviado a sus 14 años a Inglaterra, a recibir educación, acompañado por su tío Frederick. Completada ésta se trasladó a Australia (Melbourne), donde prosperó y casó con Vera Roberts, de quien tuvo un hijo, Peter Henry (o John Henry, según un periódico que anunció su nacimiento en Melbourne, Victoria, en 1930).
Desde muy niño recibí gran cantidad de nostálgica información sobre la familia Paul (de abuelita Anita), de quien ella tenía numerosos retratos y, más adelante, fotografías. Ella influyó fuertemente en nuestras vidas, pues nos familiarizó con su idioma materno (en mi hogar no se hablaba el Inglés), lo que significó que mi hermana y yo nos convirtiésemos en virtuales “reporteros” para el lejano tío Enrique en Australia, con quien intercambiamos –al igual que con su esposa, tía Vera- constantes cartas en ese idioma, a la velocidad que viajaban en esa época: meses o años entre unas y otras.
La comunicación se mantuvo hasta sus decesos (1967 1975, respectivamente). Con Peter (Peter Henry) nunca cruzamos una carta, pese a ser poco mayor que nosotros. A la muerte de su madre tomó contacto conmigo, para desparecer del todo después.
Todo este acervo se imprimió en mi mente y el corazón porque la información sobre mi padre y su familia fue escasa y no favorable. De un modo parecido, la de mi abuelo Labarca Fuentes fue escasa y no documentada con retratos o fotos, aunque sí los había como enormes retratos colgados en los muros de nuestra casa de Recreo (copias u originales de tales retratos no existieron a mi alcance, por lo que sólo pude lograr las pocas que vertí en el árbol).
Ambos, abuelita Anita y abuelito Osvaldo, murieron en Recreo (1947 y 1948, respectivamente) y fueron sepultados en el Cementerio Parroquial de Recreo en una tumba comprada por el abuelo, a la que trasladé los restos de mi bisabuela Mary Jane Paul de Luke, madre de abuelita Anita, quien también había fallecido en Recreo, antes de mi nacimiento.
Por razones que nunca fueron claras, abuelita Anita perdió el único documento que podía dar fe de su existencia civil: su certificado de bautismo. Por esto, que pasó a ser algo secundario en aquella época, su personalidad –como ciudadana chilena- nunca existió, lo que fue obstáculo para –por ejemplo- cobrar herencias.
Genuina mujer del siglo XIX, su misión de dueña de casa y administradora del dinero “para la casa”, así como proveedora de recetas de cocina –muchas “secretas”- fue admirable. Tranquila, parca en su trato, modesta en sus pretensiones, muy estricta en temas de educación de nietos irradiaba, sin embargo, un aura de bondad y comprensión inigualables.
Al salir del colegio (SSCC de Valparaíso O “Padres Franceses”, colegio en el que aprendí el Francés) quise estudiar Medicina, para lo cual tuve que trasladarme a Santiago, donde fui acogido como “allegado” en casa de un hermano de mi abuelo Osvaldo, el tío Alberto Labarca Fuentes.
Tras las turbulencias del estudio superior en una universidad de ámbito cultural muy ajeno al mío, a la vez que muy exigente mi madre, en acuerdo con mi hermana, decidieron vender la casa familiar en Recreo y trasladarse a Santiago, donde mi hermana completaría sus estudios secundarios para luego ingresar a Química y Farmacia. En mi ausencia durante este procedimiento, se perdieron a mi vista todos los recuerdos de abuelita Anita.
Al fallecimiento de mi hermana (2005), durante la inspección del departamento que había sido el hogar de mamá y ella, apareció, junto con cartones y papeles por eliminar a la basura, trozos de color amarillento que, unidos, resultaron ser el Certificado de Bautismo de Mary Ann, perdido durante ¡casi un siglo!.
Esto y el rencuentro con cajas de retratos, fotos, tarjetas y cartas desencadenó en mis recuerdos el afecto por abuelita Anita, inspiración esencial para iniciar un boceto escrito de un árbol, primero, para luego inscribirme como miembro de la Cornwall Family History Society (FHS), donde publiqué –a solicitud de su Editora Ejecutiva, Pat Fawcett- una reseña de la familia Paul, que era de la que tenía más antecedentes, aunque fragmentarios y dispersos (¿Quiénes serían los que aparecían en las fotos familiares?).
Entonces decidí probar MyHeritage como base para armar el pequeño árbol que había recogido, el que tuvo un súbito impulso por la acción de un desconocido. Bob Burns –de cuya existencia no tenía idea- me envió un mail desde Devon, Inglaterra, donde me prometió dedicarse a buscar a Nannie Paul, tía de abuelita Anita.
Gracias a él supe de los registros censales de Inglaterra, donde ambos iniciamos una búsqueda intensiva, que se completó con el descubrimiento, por parte de Bob, con los registros de la Capilla de Wennap, Cornwall, para descubrir el árbol genealógico de abuelita Anita –por parte de madre- hasta el tatarabuelo Andrew Paul (1811) y sus ocho descendientes.
Pat Fawcett, complacida por mi aporte, me pidió algo más. Entonces envié “algo más” (CFHS journal, Sept. 2006 ;N° 121: 9), con fotografías de quienes yo sabía sus nombres, entre ellas la de Nannie Paul, la más asidua en mantener contacto con su familia en Chile.
Para sorpresa y alegría mía, recibí en 2007 un mail asombroso: Andy Bennetts, desde Escocia, me decía que se había hecho miembro de la CFHS en ese año y que había recibido, como cortesía, el número de Septiembre del CFHS journal y que, en él “usted puso una foto de Nannie Paul que es idéntica a la que tiene mi mamá en su pieza”, enviándome la foto adjunta que era, exactamente, la misma.
Este incidente precipitó dos de las más valiosas experiencias de mi vida: intercambiar con Andy y su madre Frances –descendiente de Andrew Paul- y recibir los nombres de cada uno de quienes aparecían en los muchos retratos y fotos, a la vez de hacer llegar a ellos una cantidad de éstos que ellos no tenían. Andy resultó ser primo y su madre prima de la mía, ya fallecida.
Así se armó bruscamente un árbol familiar de tamaño considerable. La segunda experiencia extraordinaria fue viajar al Reino Unido, primero a Cornwall, a encontrar a Bob Burns y Liz –su esposa- con quienes nos reconocimos como primos también y compartimos como si nos hubiésemos conocido de siempre. El nexo exacto de él con nosotros, sin embargo, quedó en suspenso por una “l”: su madre, Nannie Paull, cuyo retrato pude ver, tenía un apellido con doble “l”, lo que nos impidió materializar nuestra cercanía.
No fue el caso del encuentro con los Bennetts en Escocia, donde ocurrió exactamente lo mismo: nuestro encuentro con Andy y Jenny, su encantadora esposa, nos abrazamos como primos de toda una vida, compartimos experiencias que dieron profunda consistencia a nuestro vínculo: tía Frances -¡era ver a mi madre a su edad!- estuvo encantada de recibirnos en su casa a tomar un té bien servido con “scones” (los mismos cuya receta atesoramos y hacemos con nuestros nietos) y mermelada de naranja (¡como lo hacían abuelita Anita y mamá habitualmente!). Su primera pregunta (¡escalofriante!) fue: ¿Es verdad el cuento que corría en casa sobre que una pariente había nacido el día de un gran tsunami en Chile?”. Sí, era cierto y esa pariente fue mi abuelita Anita. El vínculo fue mucho más que de papel y simples apellidos: teníamos una cultura compartida. Así pudimos armar un enorme árbol Paul.
Pero, ¿y mi bisabuelo Luke?. Poco hablaba mi abuelita Anita de él, aunque sí me contó que decidió llevarlos desde Tocopilla a Los Andes. Luke es un apellido muy común en Cornwall (como Paul y Paull). Mis intentos por saber de su familia fracasaron hasta que, un día de primavera, en una mañana muy soleada, desperté con la idea de ir a revisar registros de iglesias y cementerios en Los Andes (con pocas expectativas de encontrar algo: mis bisabuelos y abuelita Anita eran anglicanos).
Acompañados por una nieta, partimos a los Andes, pero al llegar a Calle Larga, el acceso sur a esa ciudad, algo me impulsó a seguir hacia San Felipe, dejando Los Andes para otro día. En el Cementerio El Almendral de San Felipe, el encargado de turno, al decirle que buscaba a John Luke, inesperadamente me respondió: “yo sé donde está”. Acto seguido, nos llevó a la única tumba en que la lápida era de metal (los Cornish fueron todos relacionados con la minería).
Poco se podía ver en la placa oxidada pero, con especial atención pudimos leer, bajo letras pintadas con esmalte negro, la leyenda original en la lápida, que traducida al Castellano dice: “En memoria de mi amado esposo John Luke, oriundo de Cornwall, fallecido el 06 de Septiembre de 1890. MJP” (Mary Jane Paul).
El encargado se sorprendió porque nunca había reparado en las cuidadosas letras de la escritura semioculta por el tiempo, por lo cual nos mostró sus registros. En ellos, escrito a mano, figuraba, en la fecha correspondiente, la sepultación de “Juan Luk Rent”. Acto seguido, me entregó una copia del recibo entregado a mi bisabuela, donde figuraba John Luke a secas. Es comprensible: quien hizo el trámite “chilenizó John por “Juan” y el Luke por “Luk” y –no cabe duda- exigió el apellido materno del difunto, que mi bisabuela dio de una forma interpretada por él como “Rent”.
Revisando con lupa el registro, del que obtuve una fotografía, logré descubrir que la “R” era una “K”. Y, entonces, mi búsqueda, hasta ese momento estéril, hizo pie y descubrí los ancestros de mi bisabuelo y que, además (dificultad agregada) era hijo único de su padre, casado con una viuda de apellido Kent.
En el Cementerio El Almendral de San Felipe, hay un documento de promoción que dice en los primeros párrafos “…60.000 individuos de una u otra forma descansan en este Cementerio, de los cuales cabe destacar: John Luke Rent, fallecido el 06 de Septiembre de 1890, a la edad de 60 años, quien fuese un partícipe en la confección escrita de la Historia de Chile,…”.
Es fácil comprender: era bilingüe y había vivido en territorio boliviano, del que huyó a raíz de la Guerra del Pacífico”. Así creció esa rama del árbol.
Un primo Labarca (Patricio Labarca Riquelme, QEPD) había iniciado, en calidad de genealogista, el árbol genealógico del apellido Labarca, el que publicó como “La Familia Labarca y una Espada de O’Higgins”, en el Órgano Oficial del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas, Santiago, Chile, Año XLI N° 34.
La incorporación de esta información al árbol en MyHeritage facilitó el contacto con Elías De la Cruz Cross, descendiente de un chozno común, quien ha construido un árbol enorme, con numerosos “Smart Matches” con el mío, ya que somos parientes por ser descendientes Labarca.
Además de lo anterior, la invitación a parientes que cuentan con internet ha originado un crecimiento importante del árbol, en especial a nivel de la generación de sobrinos hacia “abajo” (hacia hoy).
Esto hizo posible ampliar la relativamente “despoblada” rama Herrera de mi árbol, pero he visto que, poco a poco, va creciendo.
Soy usuario de MyHeritage desde 2007 (si no me equivoco). Lo que más me gusta es la posibilidad de invitar, vía internet, a miembros de la familia a contribuir con información. Esta gran ventaja no siempre da resultados gratos, pero esto no logra opacar las ventajas de MyHeritage. También aprecio sus aplicaciones, como el poder construir Libros y Gráficos, además de las otras entretenidas funciones.
Ha habido entusiasmo en sobrinos para participar en la construcción de los árboles –sobre todo- en aportar al “Herrera website”, por lo que tiene ya 1022 nombres.
Los “smart matches” han servido mucho, sobre todo para conectar con la familia De la Cruz e, inclusive, con familiares Tremayne (que no son míos, pero sí de una extensa descendencia que comparte conmigo nuestra ascendiente Mary Ann Luke), como June Knuckey-Rowan, quien tiene un árbol muy pequeño aún, pero que tiene gran interés para nosotros, porque tiene asiento en Australia, donde terminó nuestra familia Tremayne Luke, de la cual hay descendencia en mi árbol (Ortega Tremayne y descendientes).
Mary Gyseman también ha usado “Herrera website” pero para reunir fotografías para su proyecto Familia Tremayne (que contiene algunos errores gruesos).También veo que han servido a otros en sus árboles, como el de Ricardo Labarca.
He tenido muchas experiencias emocionales y algunas anécdotas están expresadas arriba: han ido de la mano con la investigación. La gran emoción es el hallazgo, sea largamente buscado o inesperado, ya que es un hallazgo con parte de uno mismo: somos –en mucho- lo que fueron nuestras familias. Reconocerse mutuamente con personas jamás vistas antes, a veces tan lejos en el espacio es emocionante e inspirador.
Como consejo para quienes deseen construir su árbol, puedo expresar las siguientes:
a) creo que la construcción de cada árbol es un proceso único.
b) Al menos en mi caso, lo que me impulsó fue el amor por quienes fueron mis más cercanos y, a través de ellos, de sus cercanos. En ningún momento nos han inspirado objetivos que consideramos de bajo valor: arribismo, búsqueda de posibles herencias, etc.
c) La disponibilidad de información –los registros- son enormemente disímiles de un área o país a otro: mientras la información censal de Inglaterra (online) desde la segunda parte del siglo XIX es extraordinaria (y resulta serlo porque las personas eran de esa nacionalidad), otras fuentes –algunas muy famosas- carecen de información para nosotros como chilenos.
d) En todos los registros hay fallas (nombres, fechas) que se deben a quien las recolectó (personal que efectúa el censo) o de quien la entregó (persona visitada). Este detalle es muy importante y, cuando hay un buen indicio, se debe recurrir al ingenio y la paciencia, teniendo esto “in mente”.
e) Los registros eclesiásticos y de cementerios son invaluables. El registro Civil chileno es muy bueno pero –al momento de construir mi árbol- aun no digitalizaban lo suficiente. Recurrir a él implica un trámite eventualmente molesto porque no tiene una oficina de genealogía.
Construir un árbol es ir al encuentro de uno mismo, pero en una dimensión cuya característica –final- es que todos provenimos de los mismos padres, sólo que los registros, los vestigios, se conservaron hasta fechas pasadas cercanas, variables y, naturalmente, el tronco común no tiene otros nombres que los que menciona la Biblia.
Patricia
octubre 25, 2012
Estimado don Patricio, muy linda su historia de vida. Me gustó mucho su tezón por armar su árbol, en una de esas me animo y lo imito.
Saludos cordiales