¡Sorpresa! Lidiando con los secretos familiares de tu árbol genealógico

¡Sorpresa! Lidiando con los secretos familiares de tu árbol genealógico

Este es un post invitado de W. Scott Fisher, el creador y responsable del programa Extreme Genes, America’s Family History Show, escuchado en docenas de emisoras de radio de Norteamérica además de como un podcast. Locutor de carrera, Scott ha sido un genealogista devoto desde 1981. La revista People habló de él en 2015 por utilizar sus habilidades para localizar a la familia de la víctima de un asesinato,  la cual había estado perdida durante 32 años.  

Aún recuerdo mi respuesta verbal al primer escándalo familiar con el que me encontré en mi investigación. ¡¡¡¿QUEEEEEEE?!!! El artículo del periódico de 1893 se iluminó en el viejo lector de microfilms y comenzó a responder una larga lista de preguntas que había tenido durante años en relación a mi bisabuelo, Andrew J. Fisher, y su esposa, Jane.

¿Dónde estaba el registro de su matrimonio en Nueva York? ¿Quién era esta “Sarah Fisher” que apareció enigmáticamente en el expediente del Juzgado acerca de una reclamación sobre su testamento? ¿Por qué la nota de ese registro decía  “no deja viuda”? ¡Claro que sí! Fue Jane. Ella estaba en el testamento, ¡Y vivió durante seis años más!

Un lascivo titular me dijo que todos mis enigmas genealógicos iban a ser resueltos: “LAS VIUDAS RIVALES DE ANDREW FISHER / Una fue reconocida por su testamento, mientras que la otra busca anularlo.”

Resultó que “Sarah Fisher” era la otra de Andrew, otra mujer. Tres décadas más joven que él, había tenido un hijo suyo cuando él tenía 58. Ella reclamaba sus derechos legales porque, según decía, aunque el testamento mencionaba a Jane, no podía ser su esposa legal porque ella aún estaba casada con alguien más.

Por tanto… no hay registro matrimonial.

Lo cierto es que, si no has encontrado aún un escándalo en tu familia, es porque no has buscado lo suficiente. Aunque todos descendemos de reyes y mendigos, también descendemos de santos y pecadores.

Como escritor de más de una docena de libros de mi familia, específicamente de las familias de mis antepasados y los de mi esposa, la historia de 1893 suponía un desafío. ¿Cómo presentar esta… ejem… interesante historia? Y sí, Andrew Fisher llevaba muerto más de un siglo pero, ¿Qué hay de su reputación?

Tras mucho pensar, me di cuenta de que la historia de Andrew había sido compartida entre numerosas personas que lo conocieron, y otras que no, durante toda su vida. Era una historia muy conocida en su día. No hace falta decir que ninguna de esas personas que lo trataban, incluyendo los niños, se arriesgaban a provocar la vergüenza personal de nadie.  

Decidí que incluiría este capítulo de su vida sin ornamentos, simplemente apuntando los hechos. Además, reconozco que hizo muchas cosas buenas en su vida… el fue bombero voluntario, por ejemplo, y sin lugar a dudas salvó muchas vidas. Un comentario de mi amiga, Janet Hovorka, rondaba mi cabeza: “Todos los sinvergüenzas tienen algo de héroe dentro. Y todos los héroes tienen algo de sinvergüenza.”

A través de este capítulo final de la vida de Andrew, pude ilustrar también que la forma en que las personas reaccionan ante su pasado familiar puede afectar a generaciones. El hijo mayor de Andrew, John, siguió los pasos de su padre. Bebió en exceso, su esposa le echó de casa y llevó una vida desdichada. Su hermano, mi abuelo, hizo un gran esfuerzo para no repetir el pasado. Se casó y permaneció fiel a su amor de juventud, que murió a los 49 años de tuberculosis. Nunca se casó de nuevo. Criar a sus dos hijos fue su prioridad número uno. Ambos, incluyendo mi padre, llegaron a ser personas de éxito en la vida.  

Un estudio de la Universidad de Emory en los años 90 muestra cómo construyendo una fuerte narrativa familiar  entre los niños, incluyendo cómo los antepasados superaron las adversidades, desemboca en una mayor fuerza interior y madurez emocional. Por tanto, es beneficioso para ellos saber sobre las debilidades de sus antepasados, así como sus momentos de grandeza.

Tratar con situaciones familiares más recientes puede, por supuesto, ser más difícil. He aquí un problema menor. Transcribiendo una pila de cartas escritas por mi abuela hace medio siglo, tomé la decisión de eliminar un comentario cruel que hizo sobre un primo mío que era, en ese momento, un niño de preescolar.

La abuela es reverenciada en nuestra familia y yo estoy seguro de que ella nunca habría imaginado que su pensamiento sobreviviría durante décadas y posiblemente llegara a los oídos u ojos de este (ahora) exitoso hombre de negocios y de familia.

Mi regla personal es que, los sentimientos de quienes están vivos, incluso si el individuo en cuestión está muerto, deben ser tomados en cuenta. Un registro que cause dolor o vergüenza es contrario al propósito de la investigación de historia familiar y el fortalecimiento de las generaciones futuras.

Cuando escribí el primer volumen de la historia de mi padre, hablé sobre su primer matrimonio y los desafíos que tuvo la familia cuando él y su esposa se divorciaron. Anoté algo que me dijo una vez: “Salí del juzgado con ocho dólares en mi bolsillo.”.  Nunca imaginé que su primera mujer, entonces en torno a los 90 años, lo leería y se ofendería. Lo hizo. Eliminé la frase en la siguiente revisión.

Sí, es cierto. Como historiador familiar, debes contar la historia tal y como la ves (¡Yo avisé a mi madre antes de que muriera!) Pero con el privilegio de esa oportunidad también viene la responsabilidad. La privacidad se debe tanto a los vivos como a quienes están vivos pero estaban cercanos a los que ahora están muertos. La ley puede conceder protecciones y tal vez incluso sanciones a los miembros de la familia vivos sobre los que publicas algo.  Al final, si tienes sensibilidad y pides permiso donde es necesario, evitarás dolorosos problemas familiares. Incluso como historiador, hay veces en las que no tenemos que compartir todo lo que sabemos… o creemos que sabemos.

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